Por
Bárbara Boloix Gallardo
Departamento
de Estudios Semíticos (Universidad de Granada)
Pocas
formaciones políticas medievales han trascendido con tanta fuerza siglos y fronteras
como el Reino Nazarí de Granada. Y ello ha sido gracias a la gran herencia
patrimonial que este sultanato dejó, ejemplificada en la conservación de su
sede política y residencial, el palacio de la Alhambra, su máximo exponente
arquitectónico. Sin embargo, el reino Nazarí constituyó en realidad un espacio
minúsculo, si lo comparamos, geográficamente hablando, con el territorio que por
entonces ocupaba el mundo islámico o con el que había abarcado siglos antes al-Ándalus
dentro de la península Ibérica.
La
constitución del Reino Nazarí fue resultado de la involución territorial que
experimentó al-Ándalus en la primera mitad del siglo XIII. Tal decrecimiento se
debió, fundamentalmente, a dos razones: por un lado, a la crisis política
interna andalusí, acrecentada por la marcha de los Almohades de la península Ibérica
en 1228 y el vacío de poder dejado en consecuencia; y, por otro, al mayor
reforzamiento, político y militar, de la Corona de Castilla, demostrado en el
imparable avance de las conquistas de su rey Fernando III el Santo por el sur
peninsular. Tan sólo un líder local, Muhammad b. Yüsuf b. Nasr (el futuro emir
Muhammad I), fue capaz de defender al-Ándalus de la amenaza cristiana,
reunificando el maltrecho territorio bajo su autoridad como un nuevo reino, el
Nazarí.
¿Qué
espacio geográfico cubrió esta nueva formación política? Territorialmente, el
Reino nazarí comprendía aproximadamente las actuales provincias de Granada, Málaga
y Almería, junto con la zona meridional de la de Jaén y parte de la de Cádiz.
Delimitaba, pues, este reino una doble frontera: marítima (que transcurría
fundamentalmente por la costa mediterránea y escasa parte de la atlántica) y
terrestre, siendo las localidades de Algeciras (Cádiz) y Águilas (Murcia) los vértices
de ambas. Esta configuración geográfica quedó oficializada con la firma del célebre
Tratado de Jaén en 1246 con Castilla, que acababa de tomar esta última ciudad.
Mediante este pacto, Granada se hacía vasallo de la Corona castellana, mientras
que ésta reconocía y respetaba los límites territoriales del Reino Nazarí. Se
establecía así “el acta de nacimiento del emirato granadino”, que se mantendría
en pie, contra todo pronóstico, durante 260 años, prolongando así la existencia
de la historia de al-Ándalus.
Una
vez configurado el Reino Nazarí, han sido diversas las denominaciones que éste
ha recibido en los textos árabes medievales. La más frecuente es la de “Reino”
(en árabe mamlaka, del verbo malaka, “poseer”), término que denota
tanto a la institución política como al espacio físico poseído de manera
absoluta. Otra nomenclatura aplicada al territorio nazarí ha sido la de “Emirato”
(Imära), término que e refiere al
territorio controlado por un emir, es decir, un “comandante militar”, un “gobernador”
de parte de un califa sobre una provincia o un “príncipe”. Consideremos que,
cuando el Reino de Granada fue creado, ya existía un califato (el Abbasí),
siendo que el Islam tan sólo reconoce la existencia de una única institución
califal. Ello explica que los Nazaríes no pudieran crear un califato, pero sí
un emirato, en calidad de soberanos menores de un territorio independiente. Una
última denominación aplicada a la formación nazarí fue la de “Sultanato” o
territorio regido por un sultán, persona que detenta poder de facto (sulta)
sobre un territorio ganado por la fuerza de las armas y que no ha sido heredado
de ningún antepasado. Este hecho, junto con la jerarquía de poder islámica
anteriormente expuesta, explica que desde el principio los Nazaríes solicitaran
el reconocimiento de su autoridad por parte del califa Abbasi, para lograr su
legitimación política. Estas tres denominaciones justifican que la figura del
soberano nazarí sea referida en las fuentes árabes como emir(malik), emir (amir) y sultán, indistintamente; y también que nunca fuese
mencionada como califa pues, aunque hubo algún atisbo de aplicar la denominación
de Califato al Reino de Granada en el momento de máximo esplendor (el siglo
XIV), esto fue en realidad un alarde de poder del emir Muhammad V ante sus súbditos,
ya que este reino nunca fue reconocido como tal fuera de sus fronteras.
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